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Mi derecho de ser MADRE: Soltar la fachada de éxito para abrazar mi verdad

Una carta del alma desde el presente

Encontré en mis archivos este texto de hace unos seis años y no pude evitar llorar.
Hoy, después de haber atravesado un divorcio, de haber sentido el vértigo de dejar de trabajar, de soltar la imagen de “mujer exitosa” y lanzarme a vivir con mis cuatro hijos a nuestra manera, después de que mi hija mayor —de quien hablo en este relato— se fue a vivir y estudiar a Japón, este texto sigue siendo profundamente vigente, vivo, latente en mí.

Lo comparto tal como lo escribí entonces. Hoy soy otra, sin embargo, me hizo darme cuenta de que mi esencia siempre ha estado ahí, palpitando. Las huellas del alma siguen intactas.

El inicio de mi maternidad y el primer choque con el sistema

Hace 14 años y 8 meses llegó a mi vida la más maravillosa bendición: mi primera hija. Con su llegada, el mundo cambió por completo. Entendí que debía trabajar por dejar un mundo mejor del que recibí. Descubrí el amor puro, desinteresado. Comprendí la inmensa capacidad de dar… y también de recibir, porque sus risas, sus caricias y su aprendizaje eran y siguen siendo mi mayor recompensa.

Dos años después, esta bendición se multiplicó con la llegada de mi segundo hijo.

Y entonces llegó el momento de tomar una decisión que me partía el corazón: inscribir a mi hija al jardín infantil. Tenía apenas 2 años y 8 meses, y me dijeron que ya era tarde para ingresar, que ese “retraso” había disminuido su potencial.

Con culpa y angustia miré el panorama. Sentí que debía delegar su educación en “manos expertas”. Así lo hice. Y en ese acto, comencé a notar cómo mi rol de madre se desdibujaba. Me sentía incapaz de acompañarla.

Me dijeron que en dos semanas ella ya se había “nivelado”. Según el sistema, su “error” ya había sido corregido. Pero yo sentía otra cosa: su mente se llenaba, sí, pero su alma se secaba.

¿Libertad o disfraz de éxito?

Después vino otro gran golpe. Por trabajo debía viajar y dejar a mis hijos por cortas temporadas. Mi alma se rompía. Ya había cedido bastante con el jardín… y ahora debía buscar quién me reemplazara como madre.

Pero ¿cómo iba a rechazar una gran oportunidad laboral? Mi carrera crecía, estaba abriendo camino. Mi mente buscaba organizarlo todo… mientras mi corazón y mi alma gritaban en silencio.

Fue entonces cuando conocí el homeschool. Una pequeña luz al final del túnel. Mi mente lo rechazó de inmediato, pero mi corazón lo puso sobre la mesa. Mi alma no resistió y me impulsó a investigar más.

Los argumentos educativos convencieron a mi mente. Pero había toda una vida programada en mí: debía trabajar, producir dinero, compartir gastos y mantener “mi libertad”.
Una libertad que implicaba enviar a mi hija al jardín cuando sentía que aún no era el momento.
Una libertad que me obligaba a madrugar, dormir pocas horas, gastar grandes sumas en mi imagen profesional.
Una libertad que ahora me exigía dejar a mis hijos… y conseguir una “sustituta” para mí.

Y mi mente colapsó. Tal vez eso no era libertad.

El salto al vacío: renunciar para vivir

Hice cuentas. Entre jardines, niñeras y el disfraz de consultora, mi sueldo apenas alcanzaba. De hecho, mi esposo debía completar los gastos. Y todo para mantener una fachada.
¿Romper mi alma por dinero que ni siquiera bastaba?

Di el salto al vacío. Renuncié a mi trabajo, retiré a mi hija del jardín… y nos aventuramos a vivir, no solo a sobrevivir.
Me permití disfrutar de mis pequeños, volver a ser madre de otros dos angelitos, crecer con ellos, jugar, aprender.

El reto invisible: redefinir el éxito

El mayor reto ha sido no sentir que pierdo valor por no generar ingresos.
Aún hoy, doce años después, esa idea a veces regresa como un mosquito molesto en mi mente.
He creado nuevas formas de trabajo, pero como son alternativas, no siempre se sienten como trabajo. No siempre son rentables ni constantes.

Sigo aprendiendo a reconocerme como una mujer exitosa, aunque no produzca grandes cantidades de dinero, aunque ya no vista el disfraz de ejecutiva.
Tal vez un día tenga la cara pintada, no de maquillaje, sino de colores; tal vez mi pelo esté peinado por la peluquera de mi hija de dos años; tal vez mi sala no sea profesional, y mi casa se parezca más a un campo de batalla de juguetes.

Hoy, sigo aprendiendo… y sigo viva

Cuando el mundo me dice que eso no es éxito, mi mente duda.
Pero mi alma y mi corazón sonríen.
Y yo… yo sigo, un poco confundida, pero profundamente viva.

¿Te has sentido alguna vez dividida entre lo que dicta la mente y lo que anhela tu alma?
Si este relato tocó algo en ti, me encantaría leerte en los comentarios o que lo compartas con alguien que lo necesite.

4 comentarios en «Mi derecho de ser MADRE: Soltar la fachada de éxito para abrazar mi verdad»

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