Reflexiones desde el camino: maternidad, libertad y renacimiento
Hoy, mientras me bañaba, llegó una imagen con fuerza. Estaba en medio de un bosque oscuro, envuelto en niebla. Sentía miedo. Mucho. Y en mi frente, una marca negra. No era física, pero estaba ahí. Era la representación de un dolor ancestral, de algo que cargamos muchas mujeres sin siquiera notarlo: una señal de peligro, de exclusión, de juicio. Una marca que no se ve, pero que pesa. Y comprendí que es la marca de las madres que eligen rehacer su vida. Que aún sienten miedo de volver a amar, de volver a empezar, porque tienen hijos.
Esa marca negra no la colocan hoy en una plaza ni la exhiben públicamente, pero sigue presente. Se manifiesta como una sospecha silenciosa, una sensación interna de que debemos justificarnos más. De entrada, en muchos espacios, se nos ve como un “caso complejo”: madres, divorciadas, que fallamos en el intento de hacer familia. Mujeres que —según el juicio social— tal vez buscan un salvador, tal vez son demasiado intensas, tal vez deberían dedicarse solo a sus hijos y olvidarse de lo demás. Es un programa colectivo instalado profundamente, que no siempre se expresa con palabras, pero que muchas sentimos en el cuerpo. En forma de tensión. De inseguridad. De dolor retenido.
En mi caso, esto también explica por qué, después del divorcio, dejé de compartir sobre maternidad de forma abierta. No fue una decisión consciente, pero sí una forma de protegerme. Me limité a compartir ciertas reflexiones solo con las mujeres más cercanas, aquellas que se quedaron a mi lado en ese momento, o que regresaron con el tiempo. En el fondo, sentía que tenía que demostrar algo antes de volver a hablar desde ese lugar. Como si tuviera que pasar ciertas pruebas antes de volver a nombrarme públicamente como madre que acompaña a otras.
Hoy no escribo este texto para decir que ya superé todo. No voy a decretar que avancé sin esa marca. Al contrario: aunque no la acepto como parte de mi identidad, reconozco que está presente como un residuo de creencias sociales y heridas transgeneracionales. Es parte de lo que estoy liberando en este momento de mi vida. Y nombrarlo, escribirlo, compartirlo, también es parte del proceso de sanación.
Este tiempo, además, coincide con un viaje iniciático que estoy realizando por Argentina, Bolivia y Perú. Estoy atravesando lugares sagrados y también decisiones personales que durante mucho tiempo postergué. Me estoy dando el permiso de volver a amar, de caminar por senderos que alguna vez me negué en nombre de los hijos, de la pareja, de la idea de familia. Hoy honro todo lo vivido, pero también sigo a mi corazón. Estoy facilitando un retiro, participando como asistente en otros y abriéndome a la experiencia con grupos de amigos. Este camino me está transformando, y me conecta con memorias profundas que ahora puedo ver con más claridad.
En estos días, alguien me preguntó si volveré a hablar de maternidad. Y sentí que esa pregunta abría una puerta. Sí, volveré a hablar. No desde un lugar idealizado o perfecto, sino desde lo real. Desde la madre que también se cuestiona, que también se rompe, que también necesita sostén. Desde la mujer que ha elegido caminar este camino con autenticidad, con gozo, y también con la conciencia de que no está sola en lo que siente.
Porque la maternidad no puede seguir siendo ese rol que cargamos como cruz. No tiene por qué vivirse desde el sacrificio absoluto ni desde el juicio. Y tampoco desde el aislamiento. Muchas mujeres, por miedo a cargar con la “marca negra” del juicio social, se olvidan de sí mismas. Se quedan en vínculos que no las nutren, someten su crecimiento, su cuerpo, su gozo, para cumplir con un modelo que solo genera más vacío.
Por eso, cuando retome los temas de maternidad y crianza —que es algo que deseo hacer en la segunda mitad del año— lo haré desde otro lugar. Desde una visión más libre, más viva, más humana. Para acompañar procesos de mujeres que están listas para maternar con plenitud, no con culpa. Para caminar desde el amor, no desde el miedo. Para vivir su maternidad en autenticidad, y también para caminar otros aspectos de su vida: su desarrollo personal, su emprendimiento, su espiritualidad.
Porque el camino de una nueva humanidad no es exclusivo de la crianza.
Pero sí requiere de madres libres.
De mujeres despiertas.
De cuerpos habitados.
Gracias por leerme, por ser parte de este tejido, por caminar conmigo.
Hoy elijo ver la marca negra para transformarla.
Hoy elijo contar lo que siento.
Porque este también es un acto de amor.
—
Catalina Heincke
Caminos en Espiral
Muy cierto Catalina, creo que nosotras las mamás solteras, no solo tenemos que aprender a navegar por las olas de las creencias sociales, sino también analizar que todas esas ideas están en nuestros pensamientos, e ir cambiando poco a poco lo que permitimos que se pose en nuestras mentes.
Gracias por tu comentario y si somos las únicas dueñas de lo que entra en nuestras mentes 👌🤗
Gracias, Cata querida! Por tu franqueza, tú valentía y humildad. Tus palabras me han emocionado profundamente. Muchas caminamos contigo más ligeras, con la cabeza alta y los pies desnudos. Intentando cada día que la única marca que nos defina sea la alegría de vivir y criar en tribu, en sororidad. Aquí estaremos esperándote cuando regreses. Feliz Viaje!
Gracias bella QUE ALEGRÍA LEERTE, me llega profundo ese “con los pies desnudos”, hermosa imagen