Hace unas semanas creé un mapa completo de lo que quería ofrecer. Lo armé con ilusión, con visión, con la energía de quien puede ver el todo antes de que nazca. Pensé que me daría motivación. Y por un tiempo, así fue. Pero con los días comencé a notar algo dentro de mí que se tensaba. Como si en lugar de ser una guía amorosa, ese mapa se hubiera transformado en una exigencia silenciosa. Una voz interna que me empujaba a cumplir algo, aunque aún no estuviera lista.
Estoy atravesando un proceso profundo de limpieza: sanando memorias del linaje, soltando lealtades que ya no sostienen vida, dejando ir expectativas que me alejaban de mi centro. Es una etapa en la que fácilmente podría detenerme por completo, como lo he hecho en otros ciclos. Apagar todo, esconderme, retirarme. Pero esta vez, algo distinto se está gestando en mí.
En lugar de huir, me quedo. Respiro. Observo. Me doy el permiso de sentir sin juicio. Y sobre todo, me abrazo. Literalmente. Me pongo las manos en el pecho, me rodeo con mis propios brazos, y me digo con suavidad: “Aquí estoy contigo”. Estoy aprendiendo a ser madre también de mí misma. A abrazar mis propios miedos como abrazo a mis hijos cuando tienen pesadillas. A sostenerme con ternura cuando la noche oscura del alma se asoma.
Porque en cada proceso creativo, no solo se despiertan ideas inspiradoras. También se activan temores antiguos, impulsos de control, dudas sobre la propia capacidad. El deseo de hacerlo todo, de tenerlo listo ya, de cumplir con una imagen interna. Y ahí es donde reconozco una parte esencial de mi propio Diseño Humano: ciertas energías en mí tienden a generar presión cuando no están bien dirigidas, especialmente si trato de avanzar más rápido de lo que mi cuerpo y mi espíritu realmente pueden sostener.
Estoy aprendiendo a caminar diferente.
Hoy elijo con conciencia limpiar mi espacio. No desde la negación, sino desde el amor. Solo dejo visible lo que está realmente vivo en mí ahora. Lo que puedo ofrecer con integridad, presencia y disfrute: las mentorías individuales, la Danza del Fénix presencial y el curso Escuchar mi Ciclo, que estoy creando desde la profundidad, la escucha y el cuerpo.
Todo lo demás sigue ahí, como semilla. No lo descarto. Lo honro. Pero no necesita estar a la vista para saber que crecerá cuando sea su momento.
He comprendido también que este momento no solo es una pausa o una elección práctica. Es una manera concreta de habitar mi propio Diseño Humano de forma más evolucionada y amorosa.
Por mucho tiempo, mis energías más potentes también han sido fuente de presión. Mi impulso creativo a veces me exigía más de lo que podía sostener, como si tuviera que demostrar algo cada vez que creaba. Y mi necesidad de silencio y retiro me hacía sentir culpable, como si apagar la visibilidad fuera un error.
Hoy veo que eso no era un límite… sino un llamado a madurar.
Estoy aprendiendo a mirar esas partes no como condicionamientos que me sabotean, sino como potencias que, al abrazarlas, se transforman. Mi creatividad no necesita velocidad, sino verdad. Y mis silencios no son vacíos: son espacios donde la memoria se convierte en sabiduría.
Así, al dejar que mi Diseño Humano se exprese de forma más consciente, descubro que no necesito controlar el proceso. Solo tengo que sostenerlo, paso a paso, con presencia, con fe… y con el mismo amor con el que sostengo a mis hijos en la noche cuando tienen miedo.
Este es un nuevo tipo de inicio. Uno más sereno, más verdadero, más amoroso. Me doy permiso de empezar desde lo que es real hoy, y confiar en que cada paso abrirá el siguiente. Así, como madre de mis propias creaciones, me sostengo. Y al sostenerme, puedo sostener también a quienes se acerquen a caminar conmigo.
Gracias por estar aquí. Esta espiral recién comienza.
— Cata