Un camino tejido desde las cenizas, el vientre y la obsidiana
Todo comenzó en un tiempo de muerte.
La muerte física de mi padre, y la muerte simbólica de mi matrimonio.
Dos pérdidas entrelazadas, ocurriendo casi al mismo tiempo, derrumbando no solo vínculos, sino los cimientos mismos sobre los que había construido mi vida. Había sido criada para formar una familia. Mi identidad entera estaba anclada en ese propósito. Y de repente, todo aquello en lo que me apoyaba se desmoronó: el hogar, las certezas, las raíces, el nombre mismo de “familia”.
Me vi frente a la ausencia: la de mi padre en esta Tierra, la del sueño que había sostenido durante años, y, sobre todo, la ausencia de una identidad que ya no me contenía.
En medio de ese duelo profundo, el llamado llegó: un susurro interno, un impulso ancestral que me invitó a volver al cuerpo, a las memorias, al vientre. Así comenzó un trabajo íntimo con el huevo de obsidiana, sostenido cada noche en mi útero durante un ciclo completo.
La obsidiana, con su amorosa severidad, me llevó a mirar lo no visto: las heridas negadas, los duelos silenciados, los fuegos internos que aún temía encender. No fue un proceso suave. Cada noche era una ofrenda. Cada sueño, una travesía. Cada lágrima, una limpieza profunda del alma.
Y en medio de esa alquimia, algo nuevo empezó a nacer. Mi cuerpo comenzó a hablar en movimientos, mi voz buscó su propio eco en los silencios, y mi alma empezó a recordar que la danza no era una técnica: era un acto sagrado de vida, muerte y renacimiento.
Así nació la Danza del Fénix: no como un proyecto de afuera, sino como mi propio resurgimiento desde las cenizas más profundas de mi ser. Un cuerpo que, tras perderlo todo, encontraba alas invisibles listas para desplegarse.
Durante meses, sostuve esta danza en silencio, en la soledad de mi habitación, en las madrugadas. Danzaba día tras día, honrando mi ciclo, mi cuerpo y mi renacimiento, en un acto íntimo de recordar y reconstruirme.
Hasta que el llamado llegó. Sentí que era el momento de compartirla. Mientras me preparaba para dar ese paso, recibí una invitación inesperada: un encuentro de apertura y expansión. Atendí el llamado, siguiendo el mismo susurro que me había guiado desde el principio. Supe que debía llevar el huevo de obsidiana conmigo.
Sin planificarlo, sin racionalizarlo, el huevo viajó en mi bolsillo hacia la montaña Montecilla de Guatavita, donde, ese día, se celebraba un encuentro sagrado bajo el portal 8.8.8: agosto 8 de 2024.
Era un ritual colectivo donde se trabajaba la llama trina: la energía femenina en Montecilla, la masculina en Montecillo, y la llama del niño interior, sostenida por las abuelas guardianas. Yo no organicé nada de aquello. Simplemente seguí el susurro que me guía desde siempre. Y allí, entre cantos, oraciones y el latido de la Tierra, el huevo de obsidiana encontró su destino: fue depositado en el altar sagrado como parte de la gran ofrenda de renacimiento.
Desde aquella siembra, la espiral no ha dejado de crecer. La danza ha sido compartida con mujeres y hombres en Colombia y Argentina en círculo presencial, y en modalidad virtual con España. Cada persona que llega a la Danza del Fénix trae su propio duelo, su propia memoria, su propia chispa lista para renacer. Cada círculo, cada danza, cada silencio compartido es parte de este tejido vivo que no deja de expandirse.
Hoy sé que este camino no se camina en soledad. Vivimos una nueva era, donde el renacimiento es un acto colectivo, una danza de almas despiertas que se elevan juntas. Cada retiro, cada ceremonia, cada peregrinación que hoy co-creo es una extensión de aquella siembra: el fuego que ya no arde solo, sino en red.
La Danza del Fénix sigue viva. No porque yo la sostenga, sino porque habita en cada ser que, frente a su propia muerte interna, elige desplegar sus alas.
Desde mis propias cenizas, desde el vientre alquímico de la obsidiana, y desde la siembra en la montaña sagrada de Guatavita, sigue latiendo un recordatorio eterno: que, aun en los momentos más oscuros, somos eternamente capaces de renacer en luz.
Un nuevo ciclo que se abre
Como magia pura, nos hemos reunido con dos Hermagas, Encarna y Majo, para comenzar a tejer un nuevo espacio que honra a la Triple Diosa. Aunque el encuentro aún está en gestación y nacerá en julio o agosto, este momento de cocreación me mostró con absoluta claridad que una espiral se ha cerrado.
La propuesta de reunirnos en torno al huevo de obsidiana, al cuerpo, a la voz y a la memoria uterina, no fue solo un proyecto más. Fue un espejo. Al recibir el llamado, lloré de la emoción. Sentí que el universo me mostraba, una vez más, que todo el camino recorrido tenía sentido.
El fuego de la Danza del Fénix ha sido encendido en Colombia y Argentina, en múltiples ciudades, en múltiples corazones. Ahora, ese fuego se prepara para ser reforzado y consagrado a través de ceremonias de corazón: en Bogotá (Colombia) y en Salta (Argentina).
Desde allí, se abre el camino iniciático hacia Perú, donde la danza será sembrada en los territorios sagrados del linaje inca —Machupicchu, Vicos, Paititi— en diálogo profundo con la tierra, los elementos y los guardianes ancestrales.
El encuentro que co-crearemos con estas dos mujeres medicina será la manifestación visible de esta nueva espiral, y marcará su cierre y su plenitud en el segundo semestre de este año.
Si deseas acompañar alguna de estas ceremonias, puedes consultar las fechas en el calendario de eventos en la página:
👉 www.caminosenespiral.com/events
El camino ya está abierto.
La espiral está viva.
Y el fuego sigue danzando.