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Lecciones del Amor y el Desamor

Mi historia familiar comenzó con el amor profundo que sentí por el hombre con quien compartí un largo camino de reconexión y sanación. Nos casamos llenos de sueños y con la certeza de que juntos podríamos superar cualquier obstáculo. A lo largo de los años, él fue un compañero clave en mi vida, especialmente en los momentos más oscuros, cuando recibí diagnósticos como artritis reumatoidea juvenil, síndrome de Sjögren, fibromialgia, y quistes en la cadera. En ese momento de incertidumbre y dolor, él estuvo a mi lado, y juntos emprendimos un camino de sanación que también incluyó la reconexión con mi cuerpo y mi feminidad.

Uno de los momentos más importantes de nuestra relación fue cuando comencé mi proceso de reconexión cíclica y de reconexión con el placer. Estos dos pilares fundamentales no solo me ayudaron a sanar, sino que también fueron clave en mi camino hacia la plenitud. Durante ese tiempo, él fue un apoyo incondicional, brindándome el espacio y el soporte necesarios para que pudiera explorar mi feminidad y reconectar con las partes de mí que habían estado dormidas.

Sin embargo, como todas las historias de vida, la nuestra llegó a su fin. El divorcio fue un momento profundamente doloroso, un capítulo de mi vida que, aunque lleno de desamor, traición y abandono, me dejó importantes lecciones. En medio de ese dolor, aprendí a conectar con mi vulnerabilidad y mi humildad. A través de esa experiencia, descubrí partes de mi esencia que habían estado dormidas hasta entonces, y comprendí que en los momentos más oscuros es cuando encontramos la fuerza para transformarnos.

Este proceso de despego fue crucial para mí, y me enseñó que los momentos de mayor desolación también pueden ser luces de crecimiento. Aunque la ruptura de nuestra relación no fue fácil, me permitió abrirme a nuevas formas de ser y de conectar conmigo misma. Con el tiempo, aprendí que, para que mi esencia femenina fluya plenamente, amorosa y en armonía, es necesario que también esté en equilibrio con el masculino. Pero no desde el dolor o la falta, sino desde un lugar más profundo, divino y completo.

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