Hace un tiempo, después de mi divorcio, decidí que quizá era momento de abrirme a conocer a alguien. Probé con una aplicación de citas. Nunca llegué a encontrarme con nadie en persona, pero sí tuve conversaciones que me dejaron huellas profundas.
Una, en particular, comenzó con una frase sencilla y poderosa: “Yo quiero quererte bonito”. Aquellas palabras me atravesaron, no como una promesa romántica, sino como un espejo. Me llevaron a revisar cómo me habían querido y cómo yo había aprendido a recibir amor.
Recordé cuando era niña y mi papá llegaba de trabajar. Nos sentábamos a ver novelas y, en los momentos de comerciales, era cuando nos escuchaba. Tal vez hubo otros instantes diferentes, pero los que yo registré quedaron marcados así: debía esperar para ser escuchada. No era prioridad. Era un paréntesis en medio de lo realmente importante, como si yo fuese parte de la pausa publicitaria.
Sin darme cuenta, llevé esa dinámica a mis relaciones. Acepté amores a ratos, atenciones condicionadas, lugares secundarios. Ese día, frente a ese “Yo quiero quererte bonito”, lloré mucho. Y decidí algo: quería que me quisieran bonito.
Algo se activó. Fue como abrir una puerta interna que había estado cerrada desde siempre. Y tiempo después, conocí a mi compañero, un hombre que me quiere bonito.
Desde entonces me pregunto:
¿Cuántas veces nos contamos que no merecemos más que migajas de atención?
¿Cuántas veces aceptamos amores a medias porque creemos que no hay otra forma?
Quererse bonito empieza por nosotras mismas. Es tratarnos con ternura, escucharnos sin comerciales, mirarnos como lo más importante de la historia. Y, desde ahí, dejar que otros también nos quieran así.
Hoy te pregunto: ¿Estás lista para quererte bonito… y permitir que te quieran así?